Soñé con una vida donde ella no me dejaba. Donde mi nombre no se perdía en su olvido, donde sus labios no eran puñales, y su amor no era veneno.

Pero desperté… y el sueño era más real que esta vida, porque al menos allí… yo era amado. Aquí, solo soy cenizas de un “te amo” que nunca existió.

Me mentiste, me dijiste que eras fácil de olvidar… pero te sigo adorando, no sé con qué… si ya no tengo corazón, si tú lo hiciste trizas y te lo llevaste para dárselo a otro.

Todos me advirtieron: “No vuelvas al abismo que te rompió…” Y volví, con la necedad del que ama aunque le estén arrancando el alma en cada beso.

Ahora lo sé: fuiste mi cielo… pero también el filo de la navaja que me abrió por dentro sin piedad.

No soy el primero que muere por amor, pero juro que sí fui el que más sintió la herida. Porque yo no perdí una mujer… perdí mi universo.

Y mientras caigo… veo mis poemas flotando en el aire, como si también ellos quisieran escapar de mí. Pero no pueden. Ellos también están condenados.

La soledad me hizo su bufón. La luna… testigo de mis derrotas. Y este abismo, mi cama final, mi tumba sin epitafio.

Entonces… la sentí. Fría, delicada, eterna. La Muerte.

Se acercó con paso lento, me miró a los ojos, tomó mi rostro entre sus manos, y mientras me cubría con su sombra, me susurró con una ternura que nadie más me dio:

"Por fin descansas… amor mío."

Atentamente: el poeta en el infierno estás son mis últimas palabras ojalá alguien las escuche para que lo que queda de mi alma no muera de en el olvido